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jueves, 5 de diciembre de 2013

Don Zapata, un hombre de palabra.



La Rioja, 1960.. y pico: 

Tenía 17 años, estudiaba en el colegio Normal Comercio Nocturno y vivía con mi tía en la calle Urquiza casi esquina Buenos Aires. Recuerdo que a dos cuadras había un mercado municipal, y al lado de este un almacén "Todo suelto" que vendía absolutamente de todo. El negocio de barrio lo atendía un anciano de setenta años, el señor Don Abdón Zapata, al que yo le daba una mano con el tema de acomodar la mercadería cada vez que la necesitaba. Don Zapata atendía a cualquier hora. Le golpeaban la puerta y el no tenía drama. Siempre sonriente, Zapata.

Yo era un amante del fútbol.  Los domingos siempre jugábamos unos campeonatos y el señor almacenero salía con nosotros para llevarnos a la cancha en una camioneta Chevrolet del año 60. El era como nuestro "Representante" y, como vivía solo, nos compraba las camisetas y nos daba los botines "Fulvense", esos que eran de tela con tapones de forma. Zapata era feliz con sus chicos. Se divertía festejando cuando se ganaba y actuaba de levantador de ánimos cuando las derrotas aparecían en escena.

El tema es que un día aterrizaron en su almacén dos personas muy bien vestidas con la propuesta de comprarle el establecimiento ¡Si, así de la nada! Ofreciéndole como cinco mil pesos en mano, una suma importante en ese tiempo. La suma ofrecida de aquellas dos personas era aceptable y seductora. Estoy seguro que cualquiera hubiese dicho que si. Pero Don Zapata, sin dudar ni un segundo, la rechazó y los tipos tuvieron que retirarse sin decir ni "A".

Dos años después, con el viejo local mantenido a pulmón pero todavía de pié, apareció otro negociador con otra propuesta mucho más interesante, el triple de lo que le habían ofertado aquellos dos tipos en esa tarde. Don Zapata, otra vez sin dejar un margen de duda, le dijo que no. Que ni muerto vendería el local ¡Y otra vez sopa! La puerta del almacén se abrió y se cerró. No había forma de que Zapata entregue su local.

Los años siguieron pasando y yo ya vivía en Córdoba. Un día fui a visitarlo en época de carnaval y el ya había pasado los ochenta años. Recuerdo que estuvimos charlando cosas de la vida un largo rato y que en el medio de la conversación me confesó que tenía un hijo, al que no veía hace más de veinticinco años, con el cual había tenido una mala experiencia al enterarse de que le robaba plata de su ropero  y por este motivo su crío al ser descubierto tomó la decisión de abandonar el hogar y dejarlo solo. En ese momento, mientras hablábamos, entró al local un tipo con un portafolio color negro deseándonos buen día y diciéndole a Don Zapata que un empresario había comprado todo los locales de la manzana, salvo su almacén y que estaba dispuesto a comprar el almacén con una cifra cinco veces más alta que la última oferta propuesta. Les digo la verdad. Yo pensé que Don Zapata, por lo menos, iba a analizar la situación pero no. El dueño del negocio, con una leve sonrisa, le respondió lo que ya había respondido más de una vez: El local no se vende. Por ende, con maletín y todo, el nuevo empresario tuvo que decirnos "Buen día" de nuevo e irse.

Al año siguiente pude regresar nuevamente a La Rioja y obviamente pasé a verlo a Don Zapata para compartir otra de esas increíbles charlas. Esa vez me encontré con el almacén cerrado y con un Zapata muy enfermo en su cama con sus dos nietos al lado, era la única familia que le quedaba. Yo me encontraba sentado en una silla junto ellos.

Fue ahí donde Don Zapata miró los ojos de sus nietos y les pidió su único deseo: No vender nunca ese local en donde pasó toda su vida. En ese momento me entero a través de la boca del almacenero el porqué de los rechazos a tantas tentadoras ofertas. Resulta que Zapata seguía cumpliendo su palabra. El le prometió a su señora Doña Sara que jamás vendería el almacén. De esta manera fue que supe que su mujer había fallecido cuando Don Zapata tenía cincuenta y cinco años. El eterno almacenero le dijo a su su señora que nunca en su vida vendería los inolvidables recuerdos que quedaron en ese establecimiento inaugurado y mantenido por un matrimonio eterno.

Al otro día, después de agonizar durante horas, Don Zapata entró en coma y nos dejó. Todos los que habíamos compartido reuniones, anécdotas y grandes momentos con el lo despedimos con gran tristeza. Fue un momento fuerte. Se podía ver a mucha gente conmovida por tan desgraciado hecho.  Pero al salir del cementerio observamos como sus nietos, con una sonrisa marcada en cada uno de sus rostros se acercaban a ese empresario, al que Don Zapata tantas veces le dio el No, para firmar la venta del establecimiento.

Don Zapata se habrá revolcado en la tumba. Hoy en día su almacén ya no existe más. Ahora es un centro médico. El demostró que ni todo el dinero del mundo pudo retorcer su palabra empeñada. Por eso lo recuerdo con tanto cariño.

Captura final de la carta escrita a mano por Carlos Godoy (Firma), amigo de Don Zapata.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Navegando con ficción sobre la realidad. (Polar Mist)

"Navegando con ficción sobre la realidad" es un relato al que dediqué el tiempo  a investigar todos sobre este hecho sucedió en pleno mar. Todos los datos que se encuentran en el texto son absolutamente reales (Nombres de los protagonistas, objetos, datos geográficos,etc). La historia es ficticia, pero navega sobre hechos cien por ciento certeros. 


"Navegando con ficción sobre la realidad..."

Trabajaba lunes a viernes en un diario de mi ciudad, donde redactaba varios tipos de noticias y realizaba pequeñas entrevistas. Me sentía muy cómodo en mi primer empleo como periodista, pero me considero una persona dinámica, que siempre quiere ir más allá de todo buscando nuevas metas y grandes desafíos. Continuamente  tenía en la cabeza la idea de hacer un relato o un gran trabajo de investigación sobre algún tema, donde se cree tal repercusión que la gente lo comente hasta con sus compañeros de trabajo. Disfruto de  hacer entrevistas y ver al entrevistado contándome anécdotas de algún viaje que realizó por algún país, o de alguna situación incómoda que le tocó vivir, y obviamente de algún momento hermoso e inolvidable que sintió alguna vez.
Era Viernes, salía temprano del trabajo, me abrigué con un saco marrón oscuro, tomé la mochila y caminé esas cuatro cuadras que me llevan hacia la parada de colectivo. Ya arriba del ómnibus, tomé un asiento individual, dejé reposar la mochila sobre mis piernas y comencé a buscar ese encantador libro que estaba por terminar de leer. Lamentablemente no lo encontré, fue ahí donde pensé que iba a ser el viaje más largo de mi vida, ya que no tenía ninguna distracción para esos 45 minutos a bordo. Entonces, como pasatiempo de cualquier pasajero, fijé la vista sobre el asfalto que elije pisar mi transporte. Allí fue cuando el paisaje de todos los días, el mismo recorrido matutino del mismo transporte se fue transformando en un lugar donde mi mente se abría y provocaba la expansión de  la imaginación: miles de experiencias que podría concretar y, entre ellas, la idea de comenzar con una investigación. Fue en ese momento donde saqué una hoja de mi carpeta anillada, sujeté una birome que se encontraba aislada de otros elementos de escritura, quién sabe por qué, y di inicio a plasmar en ese trozo de papel varios consejos que recordaba de las clases de periodismo gráfico que tuve en mi querida facultad.
¿Cómo empezar con una entrevista? ¿Qué se necesita para comenzar a investigar? ¿Qué tipo de vocabulario tengo que utilizar? Fueron algunos de los interrogantes que me acercaban a estos consejos. Tan concentrado estaba con mi posible primer trabajo de investigación, que al mirar nuevamente por la ventanilla, puede entender que a escasos cien metros debía bajar. Entonces guardé mis útiles rápidamente en la mochila y me levanté desesperadamente a tocar el timbre del colectivo para poder bajar.
Una vez parado en la firme superficie de las calles de mi barrio, fui dirigiendo los pasos hacia la casa familiar donde, ansioso, mi perro esperaba el regreso. Sentado en el sofá con la computadora entre mis manos, café mediante, comencé con la maravillosa búsqueda de un tema para investigar imaginando cada suceso que me acercara a la plenitud en el desarrollo. Fue un día muy cansador, como cada día de trabajo duro, me recosté a descansar para luego seguir, pero sin darme cuenta, quedé dormido en mi propio sofá.
El sol que alumbraba mi rostro y el sonido de los pájaros me convencieron de que ya había pasado la noche y que un nuevo día había comenzado. Salí del hogar, recogí el periódico que apoyé sobre la mesa y, acompañado a un buen desayuno, fui en busca de noticias. Menuda sorpresa la mía, cuando entre las noticias más destacadas del Diario Clarín, me encontré con una que hacía referencia al hundimiento del  barco pesquero “Polar Mist” y que me llevó a pensar en voz alta  “¿Por qué tanta importancia?”.  Al leer completamente la nota, me di cuenta que todo era un misterio. El barco provenía del puerto Punta Quilla en Santa Cruz y llevaba 474 lingotes de oro provenientes de la mina Cerro Vanguardia de nuestra provincia. ¿Qué pasó? ¿Qué es lo que ocultan? ¿Por qué? Las autoridades no hablan, los marineros fueron devueltos a Chile. Silencio. Me quedé mirando mirando la pared, y junto a una sonrisa me dije a mi mismo "Yo lo puedo resolver".
Inmediatamente  tomé mi computadora portátil e ingresé a internet a informarme mas sobre esta historia y, porqué no, tener la oportunidad de conocer a  algunos de los protagonistas de este misterioso suceso en pleno mar. Tras varias horas de investigación frente al monitor, pude encontrar datos, entre ellos, el número de teléfono de uno de los tripulantes del "polar mist". Sin dudarlo, tomé mi celular, marqué su número y presioné la tecla de llamado, esperando una respuesta del ciudadano chileno. Finalmente me atendió, una voz grave y rasposa me contestó del otro lado. Estuvimos hablando un largo rato, cinco, diez, veinte minutos, intentando convencer al tripulante para que me de una pequeña chance de poder entrevistarlo, y así describirme más que ningún otro, como fue esa noche, que es lo que sucedió, como lo vio desde sus propios ojos, que fue lo que sintió y que recuerdos le quedaron. Durante la charla, el marinero comenzó a tartamudear, símbolo de nerviosismo o tal vez incomodidad al volver a tocar ese tema tan delicado que no muchas personas, que estaban aquella noche, logran relatar. El chileno aceptó, me dio ese si que tanto estaba esperando. Además de aceptar la entrevista, me invitó a su país para poder conocernos y charlar profundamente. 
No lo podía creer, sin pensarlo, ni analizarlo, mi investigación estaba tomando un rumbo que jamás podía imaginar. Tenia la invitación de uno de los protagonistas de mi historia, solo faltaba comenzar a narrarla. 
Con aprobación de mi trabajo, me dirigí hacia al aeropuerto para sacar los pasajes que me llevarían rumbo a Santiago de Chile, lugar de encuentro donde habíamos arreglado junto al ex tripulante del "polar mist". Ya estaba todo listo, dentro de dos días saldré de mi país y me encontraré cara a cara con él. Solo me faltaba armar mi valija y terminar el abanico de preguntas que tenía para el entrevistado. Fueron pocos días de investigación, pero muchas las horas de búsqueda y lectura. Todo valió la pena, finalmente el sacrificio, la ansiedad, la pasión y la experiencia adquirida de mis años de estudio y trabajo, en lo que es el periodismo,  facilitaron mucho más las cosas. Sin ésto, no hubiese conseguido ningún número de teléfono, ningún contacto y  mucho menos un pasaje de avión. Queda seguir buscando información, construyendo preguntas y adquiriendo más conocimientos para que la entrevista que realizaré dentro de dos días sea el mejor proyecto  que habré hecho en toda mi vida. 
Pasaron los días, las horas, los minutos y los segundos que tanto esperaba que pasen. Miré hacia adelante y una gran nave blanca transportadora de sueños e ilusiones esperaba a que me suba. Dentro del avión, me coloqué el cinturón de seguridad, apoyé mi cabeza en el asiento y miré hacia mi izquierda como me comenzaba a elevar. Increíblemente, el colectivo de aquella noche se convirtió en un gran avión, las calles son hermosas nubes acolchonadas y el chofer de la línea 60 es un piloto con camisa blanca y corbata. Ya estamos aterrizando, el viaje duró menos de dos horas, casi el recorrido habitual en ómnibus desde mi lugar de trabajo hasta mi hogar.
Finalmente estaba en el hotel, el clima es muy caluroso, sabiendo que estábamos en pleno Enero, no varía mucho con Buenos Aires. La gente es muy carismática, el paisaje es impresionante. Un hermoso lugar. Eran las siete y media de la tarde, dentro de muy poco iba a oscurecer. A dos cuadras de donde estaba alojado se encuentra un bar antiguo, lugar donde me encontraría al otro día a esa misma hora con el protagonista de mi historia. 
Pasé  esa noche en el hotel, estuve todo ese día armando un listado de preguntas en mi cabeza para llevar a cabo la entrevista. Me peiné, me coloqué una camisa celeste, un pantalón y unos zapatos bien lustrados y, junto a mi portafolios salí, y comencé a caminar por la vereda chilena rumbo al barcito de la esquina.
Llegué al local, abrí la puerta y me encontré con un lugar muy lindo que aparentaba tener mucha historia. Saludé al cantinero, deseándole buenas tardes, pedí un café simple y esperando mi pedido, fui a sentarme en una de las mesas del bar, justo al lado de una pared, donde estaban colgados varios cuadros de artistas chilenos y demás futbolistas reconocidos. Me distraje observando las pequeñas leyendas descriptivas que se encontraban debajo de cada figura popular. El sonido de la taza sobre mi mesa, logró que haga voltear mi mirada hacia adelante. Allí me encontré con una persona sentada al frente mio, que con una leve sonrisa extendió su mano derecha, en forma de saludo, y preguntó si yo era el periodista argentino que lo iba a entrevistar. Estrechamos las manos y le dije que sí, que esa persona era yo. Estuvimos dialogando un pequeño rato, hablando cosas simples, intentando formar un ambiente de confianza para que las charla fluya normalmente y sin ningún problema. Luego comencé con las preguntas: 
- ¿Qué puesto ocupas dentro de una tripulación? ¿Cuales son tus funciones?
- Soy Jefe de Máquinas. Allí dirijo, superviso y ordeno como deben funcionar la maquinaria necesaria para el funcionamiento del barco, dependiendo siempre del ordenamiento del capitán de la tripulación.

Me dí cuenta que el tripulante tenía ganas de hablar, estaba muy entusiasmado en contar su historia. Fue ahí, donde anule muchas de las preguntas que le  iba a realizar, y decidí preguntarle algo fundamental, una pregunta simple para que mi entrevistado comience a narrar de forma natural y logre contarnos detalladamente todo lo que sucedió en aquel viaje. Fue ahí donde le pregunté: 

- ¿Como fue esa noche en el Polar Mist?
- El 14 de Enero nos ordenaron que partamos desde Santa Cruz, rumbo a Chile. Era un viaje común y corriente como cualquiera de los que hacíamos de forma habitual, solo había que transportar la mercancía de un lugar a otro. Es muy simple decirlo, pero no fue tan fácil navegarlo.
Pasamos la última loche, antes de partir, en una cabaña muy lujosa, junto a mis compañeros de tripulación. Antes de acostarme a dormir, me senté en la cama de la habitación y agarré el teléfono de línea ,que se encontraba a mi derecha, para hablar con mi mujer y mis hijos, como lo hago habitualmente antes de cada viaje de estas características.
Pude dormir toda la noche. Me levanté muy temprano, salí de mi habitación para ir a desayunar al living. Recuerdo que recogí una bandeja que llevaba café, junto a unas medialunas de manteca, y me senté en la mesa, donde estaban los  demás muchachos. Allí había una radio que pertenecía al hotel, estábamos escuchando una canción de una banda de rock Argentina, que no me acuerdo como se llamaba. Luego del tema musical, los locutores del programa radial comenzaron a anunciar que durante toda la semana iba a haber mal tiempo, cargado de lluvias y tormentas. Muchas veces nos tocó viajar en estas condiciones, pero, para ser sinceros, mucha alegría y relajación no nos daba aquel anuncio.
Finalmente, nos dieron la orden para que carguemos nuestras pertenencias y nos dirijamos al buque. Obviamente obedecimos y salimos de la cabaña junto a mis 6 compañeros y un pasajero. 
Ingresamos al Polar Mist. Patricio, nuestro capitán, ordenó que prendiera las máquinas para arrancar el barco. Respetando dicha orden, pedí ayuda a Juan, el otro muchacho especializado en el funcionamiento de la maquinaria. 
Eran casi las 6 de la mañana, el cielo estaba muy oscuro, casi negro diría yo. Ésto lo habíamos observado todos, además del color del cielo, las olas no estaban del todo tranquilas. Hacía mucho frío, el viento era muy fuerte. Tan así, que una brisa de aire hizo que el gorro de mi compañero Pedro salga volando y se perdiera en el mar azul. Nos matábamos de risa todos, hasta el capitán dibujó una sonrisa, y eso que no es muy carismático que digamos.
En ese momento yo estaba controlando que todo este funcionando correctamente. Por suerte es un buen grupo de trabajo, donde la pasamos bien y hasta nos divertimos en algunas que otras situaciones. Son muchas horas estando juntos, esto nos hace conocernos más y saber la forma en que trabaja cada uno de nosotros, Pero todos somos personas totalmente capacitadas y tenemos la obligación de que el buque llegue correctamente al punto final. A destino.
Todo iba normal, ya habíamos pasado todo un día y una noche sin problemas. Desayunamos, almorzamos, merendamos, cenamos, descansamos, todo esto dentro del Polar Mist. Ya era jueves, segundo día a flote, el cielo seguía oscuro, las olas venían cada vez más fuertes, para colmo llovía, llovía demasiado. Estábamos totalmente empapados, lleno de agua, hasta dentro de las botas. Seguía con mi labor, recorría el barco viendo si alguien necesitaba alguna mano y si estaba todo en orden. Por suerte estaba todo bien, los chicos que estaban en guardia llevaban el mal tiempo con mucha tranquilidad. Esa mañana había desayunado poco, solamente fue una taza de café y nada más. Me estaba agarrando hambre, y se me ocurrió informarme cuanto faltaba para almorzar. Entonces me arremangué el buzo de mi brazo izquierdo y pasé el dedo pulgar de mi mano derecha sobre la pantalla del reloj para poder quitar las gotas que me dificultaban ver la hora. Vi que eran las doce y cuarenta minutos, y les avise a Pedro, un tripulante general de cubierta, que me acompañe a la cocina a buscar algo para comer. El aceptó y fuimos a almorzar juntos.
Mientras estábamos ingresando a la parte de la cocina, o lugar para comer, pudimos escuchar al capitán hablando con Sandro, el primer piloto, sobre una tormenta que estaba por venir. Nos asustó la cara de preocupación que tenían ambos, entonces nos imaginamos que nos iban a comunicar sobre esta mala noticia. Continuamos nuestro recorrido y fuimos a comer. Allí intenté tranquilizar a Pedro, que se había puesto un poco nervioso al escuchar aquella charla. Le dije que no tenga miedo, que esto sucede seguido, no todos los viajes son soleados y con mar tranquilo.
Estaba terminando el día, el mar se encontraba furioso, las gotas de lluvia eran cada vez más grandes, el buque se movía demasiado. La cara de todos ya no era la misma, no había chistes, ni nadie que se reiría. Parecía que no todo estaba saliendo tan bien como habíamos imaginado. 
Ya era de noche, nos seguíamos moviendo, solamente había que mantener la calma y seguir con el trabajo,intentar que el Buque no se hunda. El agua del mar comenzaba a ingresar, la lluvia no ayudaba demasiado. Tuvimos que recurrir al capitán para ver que podíamos hacer, estábamos bastante desesperados, las olas eran casi de 8 metros, paredes de agua golpeaban y tumbaban el Polar Mist, que parecía un barco de papel liviano que ya no podía controlar su rumbo. 
Patricio nos dijo que mantengamos la calma, pero después de varias horas esto ya no se podía. Estuvimos toda la madrugada y gran parte de la mañana luchando contra el agua, el viento y nuestra desesperación. Ya era Viernes, las máquinas no funcionaban, no teníamos más propulsión. Finalmente el capitán envió de forma inmediata, vía radio, un mensaje de alerta en busca de la ayuda de la armada Argentina, ya que estábamos a casi veinte millas de Punta Dúngene, cerca de Ushuaia. 
El buque se seguía moviendo mucho, me daba la sensación de que en cualquier momento quedaría dado vuelta. Yo no estaba tan preocupado, nunca se me pasó por la cabeza la idea de morirme aquella noche, siempre tuve el presentimiento que nos iban a salvar. La cara algunos de mis compañeros decían otra cosa. Ahí donde me dí cuenta de que la experiencia muchas veces te da tranquilidad y sobre todas las cosas confianza. 
Desde lejos se escuchaba el sonido de un helicóptero que se estaba acercando. Todos lo estábamos oyendo. Entonces miré a mis valientes compañeros y les indiqué con la mirada que la ayuda estaba en camino. La aeronave nos alumbró la cara a todos, la lluvia no nos dejaba ver hacia arriba, pero sabíamos que nos venían a salvar. 
Desde el cielo nos gritaban que nos tiremos al mar en pareja, para que sea más rápido el rescate. Sin dudarlo, dos tripulantes saltaron antes de que nos terminen de hablar, estaban desesperados. Luego salté junto a Pedro y caímos en el agua congelada cerca del estrecho de Magallanes. Una soga nos subió hasta el Sea King (Helicóptero Argentino) y poco a poco nos fuimos alejando del Polar.
Aterrizamos en plena ciudad de Rio Gallegos, allí varios periodistas nos quisieron entrevistar apenas bajábamos de la aeronave, pero estábamos demasiados cansados para dar declaraciones, lo único que quería en ese momento era llegar a casa, abrazar a mis hijos y a mi mujer, darme un buen baño de agua caliente y dormir. Esperando que la cama no se mueva demasiado. Esquivamos a los periodistas y fuimos a un pequeño hospital donde nos revisaron para observar si teníamos alguna lastimadura o algún golpe perjudicial. Por suerte, gracias a dios, estábamos todos bien, sanos y salvos. Ese era el único deseo, poder sobrevivir a semejante viaje. 
El polar Mist se terminó hundiendo, el remolcador, aparentemente no pudo con el buque. Quedaron varias cosas sin resolver, varios enigmas sobre los lingotes de oro y hay un gran debate judicial. Pero lo más importante es que todos estamos a salvos. Nosotros somos simples tripulantes. Que se sigan peleando los grandes, por suerte yo estoy vivo y puedo contar mi historia..."
Cuando  terminó de hablar, pasé mi brazo sobre la mesa y palmé su hombro demostrándole el aprecio que le tenía y lo agradecido que estaba por contarme semejante historia. El hombre estaba con lágrimas en los ojos, a punto de llorar. Tomó su tercer café y me dijo que nunca lo había contado de esta forma, jamás pensó que alguien vendría de otro país a entrevistarlo. El también estaba agradecido de lo que hice. Finalmente salimos del Bar y nos despedimos, el tripulante me dio la mano y me invitó a visitar su casa cuando quiera, que iba a ser bien recibido. Le agradecí y le dije lo mismo, además de pasarle mi número de teléfono y mi mail. 
Así volví a la habitación hotel, muy contento y satisfecho por lo que hice, no podía creerlo. Me saqué mis zapatos, mi camisa y me acosté. Luego puse la alarma de mi celular para que me avise a que hora tenía que levantarme para volver a mi casa. 
Volveré a Argentina con un material inédito, contaré algo jamás contado. Mi historia la presentaré en una agencia de un diario muy conocido del país. Ésta puede ser mi oportunidad de conseguir el éxito. Espero tener suerte...




















viernes, 25 de octubre de 2013

El Arte de Piropear.




Muchos piensan que un piropo es simplemente un halago, una palabra o una frase que se le dice a una persona cuando pasa caminando por la misma vereda en donde estamos parados.

¿Porqué decimos piropos? -puede ser que lo hagamos con el simple hecho de  halagar a la persona que nos parece linda a simple vista, demostrando la valentía que tenemos en confesar lo que sentimos al verla y apreciarla. Pero en algunos casos, utilizamos el piropo en forma de chiste, sin halagar a nadie y hasta pasando por desapercibido a la mujer que esta por delante de nosotros, con el simple hecho de sentirse superiores y graciosos dentro de un grupo de amigos.

El noventa y nueve porciento de las mujeres que reciben un piropo, hacen una excelente actuación, demostrando que nunca escucharon nada. Siguen caminando sin hacer ningún tipo de gesto. Si está acompañada de amigas, se miran entre ellas y se regalan una sonrisa cómplice, sin decirse ni una sola palabra. (Quien sabe porqué). 
La mayoría de estas excelentes actrices de vereda, tienen una gran carga de piropos, por lo que ya saben como actuar ante el halago y demás situaciones que la transformen en la vedette de los próximos diez metros de baldosas a lo largo. 
El uno porciento pertenece a las menos piropeadas. Tal vez son las que se visten de una forma poco provocativa, las que utilizan a sus amigas como un gran escudo anti-piropos,etc. Quizás las mejores mujeres del mundo, ya que mantienen la sinceridad, el respeto y sobre todas las cosas la humildad. Estas, al recibir un halago, entran en un estado de incomodidad, sin saber como reaccionar. No saben si sonreír, ponerse serias, caminar lento o rápido. Intentan huir de esa situación poco común. 
Al fin y al cabo, nunca comprendemos el sentido del piropo. Jamás sabemos como se siente él o la piropeada.

 Si nos ponemos a analizar, el piropo es un juego sin sentido, en donde el piropeador o la piropeadora actúa y dice el piropo, pero quien lo recibe hace como que no le da importancia y sigue su camino, sin ni siquiera mirar al valiente o al gracioso. 

Éste es un ejemplo claro de lo que sucede usualmente en cualquier parte:
Es Viernes. Nicolás sale del colegio como todos los días. Él va rumbo a su casa, cruza  la vereda del instituto y camina hacia la parada del colectivo.
Parado bajo el techito, la chica mas hermosa del colegio, según Nicolás, pasa caminando frente a él. El muchacho, con mucha timidez, se esfuerza y le dice "Chau linda". La chica lo mira y sigue caminando como si nada hubiese pasado.
Nicolás se queda mal, el color rojo en sus cachetes lo revela, todos saben que el es vergonsozo y que ese viernes se arriesgó. El adolescente toma el colectivo y viaja esperando con ancias el fin de semana.

Sábado a la tarde. Nicolás se sienta en un banco de la plaza junto a sus 6 amigos del barrio. Entre ellos se van pasando una botella de gaseosa, que cada uno toma del pico, sin hacer notar la necesidad de tener un vaso. 

Durante el ritual de todos los sábados, la chica mas linda del colegio desfila por la vereda de la plaza.
El chico mas vergonzoso del colegio comienza a gritarle elogios casi grotescos a la misma que vio el día anterior, sin ponerse colorado, ni nada por el estilo. 
Los amigos se matan de risa y  le dan la mano al gritón, felicitándolo y festejando por las cosas que dijo Nicolás.

Antes, un piropo era el dolar de la conquista, valía mucho más que una charla o un "chamuyo" de la actualidad. La persona que decía un piropo usaba su intelecto para largar de su boca una combinación de cosas hermosas y poéticas, que sentía en su corazón, que adornaban y describían lo lindo de la mujer, tanto por dentro o por fuera. Ahora, el piropo, es solamente es una frase, una palabra, hasta una expresión grotesca, casi sin expresar un solo sentimiento. Gracias a esto el arte de piropear se fue desgastando poco a poco al transcurso de las épocas, dejando en el camino el Arte del piropo.