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sábado, 28 de noviembre de 2015

Lluvia de noviembre (November Rain)




(En un boliche de Buenos Aires)

Ella aparece como en cámara lenta, entre humo blanco y luces coloridas que danzan diferente a como lo venían haciendo toda la noche. Parece que esta vez están coordinadas para iluminar a esa chica que viene caminando rectamente y convencida mientras esquiva a chicos que bailan un ridículo Reggaetón en ronda.

Mis pies intentan, ahora, moverse para estar dentro del contexto de la pista de baile. Pero están petrificados. Las rodillas me pesan demasiado. Tengo el vaso de plástico transparente con tres gotas de Freezé mezcladas con el agua de los hielos que se viene derritiendo. Chupo del sorbete  negro para juntar coraje y así poder, de una vez por todas, comerle la boca a la mujer más hermosa del universo que parece clavar su mirada en mí. Listo –pienso-. La saludo como ayer a la tarde y con la mirada le digo todo. Que las dos publicaciones de anoche en mi Facebook eran para ella y que ese osito misterioso que le dejé en la mochila del secundario en el día de su cumpleaños se lo puse yo y que la amo como nunca antes he amado a nadie ni a nada en este mundo. Seré sincero y le hablaré con el corazón. Con la verdad. Punto. -Se acerca- ¿Qué hago? ¿Bailo? –Me pregunto- No, mejor la miro y ya está.

Ella está en frente mío. Sus dos faroles celestes, ahora enfocados en mí, me iluminan opacando toda luz brillante y bolichera. Mi corazón late fuerte. Disimulo. La rubia pasa cerca y me esquiva dejando una estela de soledad angustiante que me anuda la garganta como aquel día que la vi con el idiota del Fitito blanco en el  banco de la plaza. Abandonó el lugar. Me deja solo en un boliche sin sentido y lleno de caras que no valen la pena. La palma de una mano me golpea la espalda. –Tranquilo boludo. No pasa nada. Dale que es tu cumpleaños, salame- me dice el Gringo, ese amigo de fierro que agarra con la otra mano ese  techo que puede caer y destruir toda ilusión presente. Los pibes aplauden como monos y se matan de risa de un gordo que baila deformemente con una señora colorada de cincuenta y pico de años. El Gringo me sirve champagne y yo respiro hondo. –Che, dale. El gordo este ¿Quién es? ¿El John Travolta argentino?– Les digo riéndome-. Responde el Gringo –Noo, este es Lechón Travolta-. Todos nos matamos de risa; la noche se remonta y la colorada sale corriendo dejando al gordo solo. Los chicos, ahora,  estallan. –Pobre John. Primero lo deja solo el amigo y ahora la señora- Dice Toto, el más grande del grupo. –Eso le pasa por ser amigo un boludo que anda en Fitito. Pensar que la vieja le dio alcohol a un conductor designado ¡Es un peligro ese muchacho en la calle! Pero ¡Bueh! El gordo le hace de airbag  - Remata el Gringo entre carcajadas mientras me dice que lo acompañe a la barra.


(En la casa del Gringo)

La resaca no sirve para olvidarme de ella. Sé que algo le pasó y que yo la puedo ayudar. El techo blanco con manchas negras de humedad de la casa del gringo me hacen recordar a las de mi habitación en esas noches de largas charlas telefónicas mientras la rubia lloraba desconsoladamente por culpa de ese idiota que le metió los cuernos con su mejor amiga. Yo sabía que el la engañaba, ya que el muy pelotudo siempre se sentaba con todas en el mismo banco de la plaza. El que está frente a la academia de música a la que yo voy a practicar guitarra –Vos valés mucho y sos una mina increíble. No podés dejar que cualquier idiota te trate como una más entre su montón. Secate esas lagrimitas y cambia esa cara. Pensá que es innecesario llorar por alguien así. Por un tipo que no vale ni dos pesos falsos– le decía para calmarla.

Siempre me he preguntado qué pensará ella de mí. Qué le pasará por la cabeza cuando le hablo y le digo todo el tiempo de forma indirecta que es el amor de mi vida ¿Será que no logra descifrar el mensaje? ¿Será que no siente nada por mí y no me quiere herir? ¿Seré yo el culpable de todo por no ser directo como lo hice hace un par de horas en el boliche? Quizás nunca se dé,  todo es realmente imposible y eso hace que siga en un estúpido sueño ilógico que se transforma en pesadilla cada vez que miro ese techo de mierda que me hace acordar a ella. El problema es que no solo son las manchas de humedad, sino que también el banco de la plaza, el olor a perfume dulce que a veces suelo oler en el subte, la tapa del DVD de Romeo y Julieta que tengo adentro del cajón de mi mesita de luz, November Rain de los Guns And Roses. Todo parece estar relacionado con ella ¡Todo! Cada silencio, cada detenimiento. Todos los días, todos el tiempo…

-Se ve que el champagne y Lechon Travolta no te dieron resultados ¿No?- Dijo la voz del Gringo en el medio de la oscuridad. – ¡Pará boludo! Yo no te estoy jodiendo- Respondí. –No ¡Ya sé! Pero me jode que estés mal. Además de la luz de mierda que tiene ese teléfono ¿Te vino con lámpara eso?- No, Gringo. No te podés imaginar como estoy. No aguanto más. Siento que en cualquier momento estallo. Por más maricón que suene te tengo que confesar… ¡Lloré por ella, amigo! ¡Lloré!- Le dije mientras veía expectante el muro de su Facebook esperando que publique algo sobre esta noche. –Pero eso es lo más normal del mundo. A mi me pasó varias veces. Son cosas de la vida. Porquerías que se te cruzan y después, al pasar del tiempo o de los años, desaparecen como la Colorada ante el gordo- La carcajada del gringo retumba en toda la habitación. –Pero Gringo, yo sé que vos la tenés clara y que la viviste. Pero esto es muy fuerte para mí, de verdad. Va más allá de todo. Es mi vida. El porqué de seguir respirando. Te lo digo con el corazón. Acaso ¿Vos te acordás cuando su abuela falleció y yo me quedé toda la noche con ella en el velorio sin importar que ese día era el cumple de quince de mi hermana que tanto quiero? ¿Vos  te acordás?- Se me humedecen los ojos y la voz me tiembla. El gringo parece entenderme. Yo sé que él me quiere ayudar. Pero acá nadie podrá saber lo que yo siento por dentro. –Hagamos una cosa- Me dice. –Mañana vamos a su casa y le vomitás todo lo que te está comiendo por dentro. Yo te voy a acompañar y te voy a ayudar. No podés seguir en este estado. Las noticias, amigo, son así: Buenas o malas. La duda es aquello que hace que el canillita no llegue a tu casa ¿Entendés? Durmamos que son las ocho de la mañana. Cuando te despertés desayunás algo, te clavas un Alical, te metes debajo de la ducha, te perfumás bien y encaramos a tu Julieta, Romeito-. Dejo el teléfono en la mesa de luz y le doy las gracias al Gringo. El nudo en mi garganta me hace difícil el hecho de dormir. La resaca parece, ahora, salvarme la noche. Mis ojos se cierran dejando atrás las malditas manchas de humedad.

La ducha helada del domingo caluroso de primavera me hace reflexionar frente a los azulejos blancos del baño del Gringo. Pienso que todo esto es mentira, que nada de esto es real. Siento que hoy  estaré frente a mi destino. Anoche un amigo me dijo que las noticias pueden ser malas como buenas y por eso pienso en que, seguramente, esta noche estaré llorando. Lo que no sé es que si de tristeza o de alegría. Ya nada importa, la decisión está tomada. Cierro la llave y salgo para secarme frente al espejo alto y un poco borros por el vapor que muestra a un hombre indecisamente seguro con ganas de recibir el diario de mañana a la mañana -¿Serán buenas noticas?-. Me termino de secar y salgo envuelto en toalla rumbo a la habitación. El ronquido del Gringo retumba por el pasillo. Se nota que el protagonista de esta historia soy simplemente yo. Él duerme tranquilo en su somier y sabe que al despertar me dará una mano para resolver mi locura; ellos, mis amigos de anoche están como el Gringo, desarmados en sus camas durmiendo como muerto; yo sigo con el nudo en la garganta sabiendo que se viene el penal más difícil que me animaré a patear ¿Y ella? ¿Qué estará haciendo en este momento? ¿Sospechará de lo que vendrá usando ese sexto sentido del presentimiento femenino? No lo sé…

El simple ruido de las dos vueltas de llave de la cerradura gastada de la casa de mi amigo me hacen agarrar escalofríos parecidos a los de anoche, cuando ella venía caminando como en cámara lenta. Estamos yendo hacia la verdad junto al Sancho Panza de esta historia de amor, el Gringo. Serán casi treinta cuadras a pie, ya que los colectivos no son de andar muy seguido los domingos. Yo tomo aire, inflando el pecho y exhalando fuerte por la nariz. La misma palmada de anoche vuelve a golpear en mi espalda. –Tranquilo, que es tuya,- Dice el amigo de Don Quijote. Avanzamos por la calle desolada, de tierra seca y polvillo molesto que vuela con el leve viento primaveral. El sol me pega muy fuerte en mis ojos, como las luces del boliche. Me siento raro.


(Rumbo a lo de Ella)

-Che. Pero ¿Vos jamás le dijiste nada?- Dice el Gringo. –Sí, boludo. Pero indirectamente. El problema es que esto es raro. Distinto- Respondo -¿Cómo raro y distinto? ¡No te entiendo!- Sancho Pansa sigue confundido. –A ver… El problema es que antes, cuando quería levantarme a una mina no tenía problemas. Lo hacía sin pensarlo dos veces. Siempre directo al grano. Como lo hice con Valeria y después con Tamara. Pero con ella no me sale. Mi corazón late más fuerte que mi voz y mis declaraciones, el sonido del bombeo es tan potente que me aturde y no me deja pensar. El miedo al rechazo absoluto también me juega en contra. Si le declaro mi amor y ella no quiere saber nada, soy capaz de…- Se produce un silencio.- ¿De?- Responde el Gringo. –De no vivir más. Te lo juro- Tartamudeo – ¡No digas boludeces, te lo pido por favor! ¡No es para tanto!- Dice el otro mientras patea una botella de agua mineral vacía hacia adelante como si fuera una pelota de fútbol. -La conozco desde que nació- Le respondo y sigo – ¡Es más, Gringuito! Recuerdo cuando jugábamos en el patio de casa con el osito de peluche, ese que me obsequió mi abuela (que en paz descanse). Ella, sus ojos celestes y su pelo trenzado estaban viéndome hacer jueguitos con el pobre oso. Yo pensaba que siendo un gran habilidoso como todo jugador de fútbol podría enamorar a la chica más hermosa del planeta tierra que me premiaba con aplausos y una encantadora sonrisa natural tan bella y relajante como esta brisa de viento que sopla de vez en cuando en mi cara-. El Gringo me mira y no responde nada. Creo que ahora me entiende. Quedan solo cinco cuadras para verla. Todo está calculado. Tengo que tocar el timbre y preguntar por ella. Su mamá, que me conoce desde que era un bebé, me dirá que su saldrá enseguida. Ahí es donde el mi amigo deja la escena y yo la invito a dar una vuelta con la excusa de decirle esta verdad que oculto hace diecinueve años dentro de una caja imaginaria cubierta de polvo que se abrirá en menos de tres cuadras.

Todavía hay toneladas de vasos de plásticos tirados en toda la vereda del boliche que danzan con el fuerte viento que empieza a soplar fuertemente. Cruzo la calle dejando al Gringo continuar con su recorrido hacia lo de Toto. El “Tercero A” del timbre parece resaltar como nunca antes entre todos los botones de la entrada del departamento. Me acerco, pienso dos segundos, tomo aire y presiono esperando que su mamá atienda. Nadie responde. Todo parece extraño. La señora nunca abandona su casa, mucho menos un domingo a las cinco de la tarde, el único momento de la semana que puede compartir unos mates con su hija  que estudia y trabaja de lunes a sábados todo el santo día. ¿Dónde está? ¿Dónde están? ¿Por qué hoy no responde? ¿Será el destino? ¿Será que hoy no es un buen día de confesiones?
-Sabía que ibas a venir- Me dice una voz femenina a mis espaldas. Es su tía que abre el portón pidiéndome que la acompañe. No entiendo absolutamente nada pero la sigo hasta el ascensor. La señora no me habla y está todo el tiempo mirando su teléfono celular. El “3A” color rojo nos dice que llegamos. Se abren las puertas plateadas y entramos a la casa, la de ella. La del amor de mi vida, la protagonista del día y el rumbo de mi vida. Se escucha que llueve fuertemente. Menos mal que pudimos entrar. Zafamos de la tormenta.


(En la casa de Ella)

No entiendo porque el sonido de una cerradura otra vez me genera escalofríos. La tía se sienta y por fin habla –Ella sabía que vos ibas a venir hoy. Ayer a la tarde mientras le daba una mano con el maquillaje frente al espejo me comentó que se iba al cumpleaños más importante de su vida. Sus ojos brillaban como nunca. Lo tenía todo planeado mi angelito-. Mi corazón late distinto. Esta vez me aturde. –Qué pasó- le pregunto con miedo. No logro entender nada. Pienso que se mudará a Estados Unidos por su beca y que ella ahora está con su mamá celebrando la noticia con una salida por el shopping. La tía responde –Ella iba a salir del boliche a las dos de la madrugada, cuando su mamá dormía, para buscar un sobre blanco y un peluche perfumado que dejó sobre su cama. Pensaba volver para regalárselo al amor de su vida. Anoche, mientras se pasaba delineador negro y nos preparábamos para salir me hablaba de un beso con ese oso en una de sus manos. Estaba contenta ¡Entusiasmada! Jamás supe que eras vos ¡Nunca me imaginé que el timbre lo ibas a tocar vos!-. Se larga a llorar de desconsoladamente. Miro hacia todos lados en busca de respuestas y no la encuentro. Mi garganta está ahorcando por dentro. La saliva, que trago cada dos segundos, es como un alambre de púas. Corro hacia su habitación y apoyo con mucho temor mi mano sobre el picaporte de la puerta de madera oscura. Esa misma que suelo abrir cuando vengo a visitarla de sorpresa para cantar a dúo las canciones de Guns And Roses.

Son cinco personas, entre ellas su mamá, que lloran muy fuerte. La señora me abraza mientras sus lágrimas caen como lluvia sobre sus mejillas. Ella agarra las mías con las palmas de sus manos y me habla –No podés imaginar cómo estoy. Se me parte el corazón en dos. No puedo entender porque me pasó a mi ¡Porqué, dios! ¡Porqué! ¡Maldito sea ese hijo de puta que se la llevó puesta!- Se tambalea y cae sobre los brazos de su hermano. El techo se acaba de desplomar sobre mí. Lloro y lloro con lágrimas pesadas y saladas. Abro la puerta de la pieza, me quiero ir pero no sé a dónde. Camino por el pasillo rumbo al living en donde está la tía. Miro hacia atrás y veo el oso de peluche solitario junto a una carta al lado, sobre la cama cubierta por el acolchado rosado. Frente a mi hay una tele encendida con el noticiero. Conozco ese lugar, conozco esa casa. Conozco ese auto. El  Fitito blanco quedó hecho pelota.


 El balcón de mi Julieta se está acercando. Me quema la garganta como si estuviese tragando un carbón al rojo vivo. Veo el barrio y mi historia desde acá arriba. Puedo diferenciar esa plaza y hasta logro ver ese banquito. Llueve demasiado. Me siento sobre la baranda de madera totalmente empapada. Me balanceo de a poco mientras veo como los autos pasan por la avenida. Portate bien Gringuito, te voy a extrañar. Ella me espera.    

lunes, 17 de agosto de 2015

¡Al gran Pueblo Argentino, salud!


El brillo de la luna llena ilumina la parte trasera de una botella transparente que viene rodando lentamente en forma circular hacia mí. ¡Por fin, después de tanto tiempo, La pude agarrar de un solo intento! La enganché justito al pisarla con el borde externo de la suela de este zapato viejo. Ahora lo de siempre ¡Fondo blanco y arriba!

No es nada fácil quedarse custodiando el barco del General Hípolito Bouchard cuando el cielo está completamente oscuro como si estuviéramos flotando sobre la atmósfera mientras las estrellas y la luna son las únicas compañeras para un pobre tipo como yo que sueña, cuando puede dormir, con regresar a casa y darle un abrazo fuerte a Isabel y a Tomás mientras vemos como los chispazos de los carbones ardientes saltan como locos esperando que un trozo de carne se recueste sobre la parrilla para luego disfrutar de una rica comida que siempre les preparo cada vez que regreso de estas largas aventuras marinas. Ahora solo veo a la redonda, blanca y brillante sobre mí y siento que dentro de poco ese sueño va a hacerse realidad después de estar más de dos años sobre un pedazo de madera de cuarenta metros de eslora que navega sobre el agua. Mi botella de ron flota, al ritmo lento y calmo de las olas y con el pico hacía arriba. El único sonido que puedo captar es el del agua golpeando contra el timón. El frío me hace congelar el pecho pero por suerte tengo más ron para usarlo como estufa contra el viento helado de este invierno eterno que me hace recordar a aquel que nos acompañó mientras atacábamos desde una humilde lancha cañonera, con el descocado de Bouchard, las naves del Virrey Elio en el medio del Paraná. Todavía pienso que Hipólito está un tanto loco ¡Es más! ¡Creo que hasta habrá escuchado el sonido de mi botella impactando sobre el silencioso mar! Así es el capitán, un hombre que siente su fragata como si fuera una parte de su cuerpo. El mínimo impacto o el ruido más pequeño ponen en alerta al estricto Bouchard. Para el, todo tiene que estar en orden y todos los marinos que estén en la fragata Argentina deben comportarse y obedecer al pie de la letra sus órdenes como así lo aprendió de su ex capitán y amigo, Guillermo Brown. Antes creía que nuestro Hipólito era un demente y un salvaje que peleaba con sus propios compañeros hasta asesinarlos por la sola razón de hacerse respetar, cosa que hizo bajo el mando de Brown y también siendo capitán como en aquella noche del 25 de junio cuando estábamos a punto de partir con este mismo barco, discutió con su propio ejército por una sospecha de traición y todo terminó en una pelea que debió ser reprimida por la infantería de la marina con el saldo de dos muertos y cuatro heridos graves. Luego Echeverría destrabó el conflicto al darse a la luz que los asesinados y lastimados tenían verdaderas intenciones de quedarse con el motín. Por eso finalmente se aprobó la partida de La Argentina hacia el continente africano Pero Hipólito también encontró bastardos a bordo porque en otra noche, parecida a ésta, cuando íbamos rumbo a Madagascar por el océano pacifico, un sonido extraño de varias botellas de vidrio chocando de forma “intencional”–Como me lo contó el al día siguiente- se holló desde la bodega, lugar donde nadie debería estar a esas horas de la madrugada, y fue ahí donde descubrió una incendio que rodeaba a una gran cantidad de botellas de ron que hervían y estaban a punto de estallar en cualquier momento. Bouchard comenzó a los gritos y nosotros fuimos corriendo hacía el sitio para ayudarlo a apagar ese el fuego que podía tranquilamente provocar una catástrofe en el medio del mar. Por eso digo que, a pesar de su locura, gracias al General hemos sobrevivido a grandes peleas y triunfado en varias batallas que parecían imposibles de ganar ¡En fin! Creo que todos los marinos que estamos ahora mismo dentro de La Argentina volvemos a nuestras tierras como héroes por las agallas y la frialdad puesta en momentos duros aprendidas del capitán en estos años a bordo.

Las gotas de ron que caen del pico al sacudir mi segunda botella dada vuelta me avisan que ya es suficiente por hoy. Pero tal vez sea ésta mi última noche vistiendo este elegante uniforme azul reglamentario que Brown nos obligó a usar desde la última aventura marítima en pleno territorio guaraní, así que una botella más no creo que perjudique mi guardia. Así que arrojaré una vacía e iré a la bodega por una llena. No quiero que el capitán me descubra bebiendo a bordo y mucho menos cuando cubro mi puesto de trabajo. La última vez que vio a un marino bebiendo sin su autorización fue en la noche previa a la reunión con el rey Kamehameha en las islas de Hawai. Sergio Espora estaba cumpliendo mi roll actual hasta que tuvo la mala suerte de caer sobre una de las tantas botellas vacías que giraban al ritmo de las olas por el suelo de madera mojado por la leve llovizna y generó un alboroto que hizo que Bouchard saliera rápidamente de su habitación con espada en mano haciendo estallar fuertemente su puerta al cerrarla con bastante rabia acumulada. El capitán llegó a la popa, levantó a Sergio de un sacudón y empezaron a discutir un largo rato por debajo de mí, que permanecía concentrado haciendo guardia en el carajo: -Espora, ya le he dicho que la concentración es el mejor escudo ante los ataques enemigos, señor- Hipólito retrocede unos pasos dándole la espalda al ebrio, comienza a caminar ida y vuelta con pasos tranquilos y serenos mientras sostiene la empuñadura de la espada que permanece colgada en su cintura, dentro de la funda. Bouchard lo mira a los ojos y le dice –Usted se ha comprometido a través de su palabra a defender nuestra bandera que cuelga allí arriba- La señala con el dedo –Y sabe, además, que está totalmente prohibido beber cuando se está ocupando un rol tan importante como lo es la vigilancia en aguas ajenas. Creo que la experiencia que tuvimos con la sorpresiva aparición de los piratas malayos nos sirvió de lección para tener más vigilancia en nuestra nave- Sergio parece estar mareado y cansado de las órdenes del capitán. El ron en la sangre lo hace reaccionar sin pensar en sus consecuencias –Capitán, escúcheme lo que le voy a decir- se ríe –Los piratas nos sorprendieron porque usted, Hipólito, estaba distraído peleando con uno de los nuestros. Aparte usted sabe que lo único que sabe hacer bien en esta nave es asesinar marinos- Bouchard se le acerca y le grita enfurecido –
¡Espora, espero sus disculpas de inmediato para luego continuar con su labor, señor!- Sergio lo empuja, le pega una bofeteada en su cachete derecho y lo invita a un duelo –Sabe que tengo razón, Bouchard ¡Lo sabe!-.

Finalmente, nuestro compañero Espora tuvo el mismo fin que la botella que acabo de tirar hace un segundo. La única diferencia es que Sergio no sabía nadar y mucho menos con una puñalada en su hígado derecho. Ahora, su puesto está ocupado por mi compañero nocturno, Kekoa Makani. Un muchacho de piel oscura, pelo largo y con una inmensa barba que fue proveído, junto a noventa y nueve marinos hawaianos más, por el Napoleón de la Polinesia Kamehameha a Hipólito Bouchard durante un acuerdo.

Somos cuatro los que estamos vigilando el mar oscuro y tenebroso para muchos. Pero tranquilo y sereno para nosotros, los que ya hemos pasado cosas peores. Kekoa se encuentra en el carajo, Ditry está en la proa junto a Donatien y yo estoy supuestamente en la popa. Pero ahora camino lentamente por el interior de la nave en busca de más ron para brindar solo y sin vaso en este último viaje con destino asegurado. Los únicos movimientos en el interior de la nave son del os guardias y de algún otro marino con insomnios que de vez en cuando sale a tomar un poco de aire fresco mientras mira la luna. Estoy seguro de que todos tenemos la mente en la familia y en nuestra gente que nos espera con los brazos abiertos en tierra Argentina. Lo primero que haré al llegar a casa es alzar a Tomasito que posiblemente se quiera escapar porque ya debe caminar con cierta dificultad como un marino ebrio que intenta llegar a su habitación después de beber de más en un festejo pos batalla ganada.

Tengo el ron en mis manos y veo delante de mí un cielo diferente al que había visualizado antes de ingresar a la bodega y luego pasar por el baño para orinar. La botella la tengo colgando hacia el mar mientras estoy apoyado en la baranda de madera de la popa. Parece que en un par de horas el sol estará saliendo por el este y ahí estaremos ansiosos observando rastro de tierra. Arriba mío, a oscuras, flamea una bandera celeste y blanca que encariño a muchos en este largo extenso viaje. A pesar de las duras batallas, la bandera celeste y blanca jamás abandonó su lugar. Bouchard ordenó colocarla allí el día que La Argentina salió del puerto y jamás fue retirada ni siquiera dañada. Pensar que dimos la vuelta al mundo en medio de continuos trabajos y peligros; perdimos y ganamos marinos; sofocamos un incendio a bordo; impedimos el tráfico de esclavos en Madagascar; derrotamos piratas malayos en Macasar; hemos bloqueado a Filipinas; dominamos parte de Oceanía imponiendo la ley; rescatamos un buque de guerra de la Nación y hundimos más de veinticinco buques enemigos, siempre con nuestro símbolo bien alto en el mástil de esta popa que tengo al lado mío.

Escucho que unos pasos provenientes del interior de la nave se acercan lentamente por detrás. Pienso que que es uno de los vigilantes y escucho –
Marino Espora ¿Todo en orden?- Quedo por un momento petrificado al reconocer esa voz tan conocida que escuché durante mucho tiempo. Suelto la botella de ron aprovechando el golpe de una ola, me doy vuelta y respondo –Si, capitán. Todo en orden- Hipólito contesta –Correcto, Espora. Ha hecho un excelente trabajo. Usted es un buen hombre y merece ser recibido de la mejor manera. Creo yo que usted, Tomás Espora, es un ejemplo de valor, audacia y valentía. Fue un placer navegar con un señor con un gran coraje. Sépalo- Y el capitán se retira sin dejarme responder, ni dar las gracias.

El sol parece asomarse de a poco en el horizonte. Los marinos están de a poco levantándose de su última noche a bordo. Muchos de ellos ya miran hacia adelante en busca de tierra. Este es el momento en donde la ansiedad parece jugar en contra y hace más eterno este viaje eterno. Yo ya quiero ver a Isabel y a Tomasito Espora para abrazarlos. Luego, al pasar de los días, les comunicaré la mala noticia. Fue una lástima arrojar esa tercera botella al mar. Pensar que en dos años es la única vez que tiro un ron entero. Veo la botella flotar con el pico en dirección hacia arriba. Jamás imaginé que no se iba a hundir con el líquido adentro. La tengo frente a mis ojos y observo como una leve ola la golpea y la lleva lentamente hacia el fondo del mar ¡Salud, hermano!