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jueves, 5 de diciembre de 2013

Don Zapata, un hombre de palabra.



La Rioja, 1960.. y pico: 

Tenía 17 años, estudiaba en el colegio Normal Comercio Nocturno y vivía con mi tía en la calle Urquiza casi esquina Buenos Aires. Recuerdo que a dos cuadras había un mercado municipal, y al lado de este un almacén "Todo suelto" que vendía absolutamente de todo. El negocio de barrio lo atendía un anciano de setenta años, el señor Don Abdón Zapata, al que yo le daba una mano con el tema de acomodar la mercadería cada vez que la necesitaba. Don Zapata atendía a cualquier hora. Le golpeaban la puerta y el no tenía drama. Siempre sonriente, Zapata.

Yo era un amante del fútbol.  Los domingos siempre jugábamos unos campeonatos y el señor almacenero salía con nosotros para llevarnos a la cancha en una camioneta Chevrolet del año 60. El era como nuestro "Representante" y, como vivía solo, nos compraba las camisetas y nos daba los botines "Fulvense", esos que eran de tela con tapones de forma. Zapata era feliz con sus chicos. Se divertía festejando cuando se ganaba y actuaba de levantador de ánimos cuando las derrotas aparecían en escena.

El tema es que un día aterrizaron en su almacén dos personas muy bien vestidas con la propuesta de comprarle el establecimiento ¡Si, así de la nada! Ofreciéndole como cinco mil pesos en mano, una suma importante en ese tiempo. La suma ofrecida de aquellas dos personas era aceptable y seductora. Estoy seguro que cualquiera hubiese dicho que si. Pero Don Zapata, sin dudar ni un segundo, la rechazó y los tipos tuvieron que retirarse sin decir ni "A".

Dos años después, con el viejo local mantenido a pulmón pero todavía de pié, apareció otro negociador con otra propuesta mucho más interesante, el triple de lo que le habían ofertado aquellos dos tipos en esa tarde. Don Zapata, otra vez sin dejar un margen de duda, le dijo que no. Que ni muerto vendería el local ¡Y otra vez sopa! La puerta del almacén se abrió y se cerró. No había forma de que Zapata entregue su local.

Los años siguieron pasando y yo ya vivía en Córdoba. Un día fui a visitarlo en época de carnaval y el ya había pasado los ochenta años. Recuerdo que estuvimos charlando cosas de la vida un largo rato y que en el medio de la conversación me confesó que tenía un hijo, al que no veía hace más de veinticinco años, con el cual había tenido una mala experiencia al enterarse de que le robaba plata de su ropero  y por este motivo su crío al ser descubierto tomó la decisión de abandonar el hogar y dejarlo solo. En ese momento, mientras hablábamos, entró al local un tipo con un portafolio color negro deseándonos buen día y diciéndole a Don Zapata que un empresario había comprado todo los locales de la manzana, salvo su almacén y que estaba dispuesto a comprar el almacén con una cifra cinco veces más alta que la última oferta propuesta. Les digo la verdad. Yo pensé que Don Zapata, por lo menos, iba a analizar la situación pero no. El dueño del negocio, con una leve sonrisa, le respondió lo que ya había respondido más de una vez: El local no se vende. Por ende, con maletín y todo, el nuevo empresario tuvo que decirnos "Buen día" de nuevo e irse.

Al año siguiente pude regresar nuevamente a La Rioja y obviamente pasé a verlo a Don Zapata para compartir otra de esas increíbles charlas. Esa vez me encontré con el almacén cerrado y con un Zapata muy enfermo en su cama con sus dos nietos al lado, era la única familia que le quedaba. Yo me encontraba sentado en una silla junto ellos.

Fue ahí donde Don Zapata miró los ojos de sus nietos y les pidió su único deseo: No vender nunca ese local en donde pasó toda su vida. En ese momento me entero a través de la boca del almacenero el porqué de los rechazos a tantas tentadoras ofertas. Resulta que Zapata seguía cumpliendo su palabra. El le prometió a su señora Doña Sara que jamás vendería el almacén. De esta manera fue que supe que su mujer había fallecido cuando Don Zapata tenía cincuenta y cinco años. El eterno almacenero le dijo a su su señora que nunca en su vida vendería los inolvidables recuerdos que quedaron en ese establecimiento inaugurado y mantenido por un matrimonio eterno.

Al otro día, después de agonizar durante horas, Don Zapata entró en coma y nos dejó. Todos los que habíamos compartido reuniones, anécdotas y grandes momentos con el lo despedimos con gran tristeza. Fue un momento fuerte. Se podía ver a mucha gente conmovida por tan desgraciado hecho.  Pero al salir del cementerio observamos como sus nietos, con una sonrisa marcada en cada uno de sus rostros se acercaban a ese empresario, al que Don Zapata tantas veces le dio el No, para firmar la venta del establecimiento.

Don Zapata se habrá revolcado en la tumba. Hoy en día su almacén ya no existe más. Ahora es un centro médico. El demostró que ni todo el dinero del mundo pudo retorcer su palabra empeñada. Por eso lo recuerdo con tanto cariño.

Captura final de la carta escrita a mano por Carlos Godoy (Firma), amigo de Don Zapata.