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lunes, 17 de agosto de 2015

¡Al gran Pueblo Argentino, salud!


El brillo de la luna llena ilumina la parte trasera de una botella transparente que viene rodando lentamente en forma circular hacia mí. ¡Por fin, después de tanto tiempo, La pude agarrar de un solo intento! La enganché justito al pisarla con el borde externo de la suela de este zapato viejo. Ahora lo de siempre ¡Fondo blanco y arriba!

No es nada fácil quedarse custodiando el barco del General Hípolito Bouchard cuando el cielo está completamente oscuro como si estuviéramos flotando sobre la atmósfera mientras las estrellas y la luna son las únicas compañeras para un pobre tipo como yo que sueña, cuando puede dormir, con regresar a casa y darle un abrazo fuerte a Isabel y a Tomás mientras vemos como los chispazos de los carbones ardientes saltan como locos esperando que un trozo de carne se recueste sobre la parrilla para luego disfrutar de una rica comida que siempre les preparo cada vez que regreso de estas largas aventuras marinas. Ahora solo veo a la redonda, blanca y brillante sobre mí y siento que dentro de poco ese sueño va a hacerse realidad después de estar más de dos años sobre un pedazo de madera de cuarenta metros de eslora que navega sobre el agua. Mi botella de ron flota, al ritmo lento y calmo de las olas y con el pico hacía arriba. El único sonido que puedo captar es el del agua golpeando contra el timón. El frío me hace congelar el pecho pero por suerte tengo más ron para usarlo como estufa contra el viento helado de este invierno eterno que me hace recordar a aquel que nos acompañó mientras atacábamos desde una humilde lancha cañonera, con el descocado de Bouchard, las naves del Virrey Elio en el medio del Paraná. Todavía pienso que Hipólito está un tanto loco ¡Es más! ¡Creo que hasta habrá escuchado el sonido de mi botella impactando sobre el silencioso mar! Así es el capitán, un hombre que siente su fragata como si fuera una parte de su cuerpo. El mínimo impacto o el ruido más pequeño ponen en alerta al estricto Bouchard. Para el, todo tiene que estar en orden y todos los marinos que estén en la fragata Argentina deben comportarse y obedecer al pie de la letra sus órdenes como así lo aprendió de su ex capitán y amigo, Guillermo Brown. Antes creía que nuestro Hipólito era un demente y un salvaje que peleaba con sus propios compañeros hasta asesinarlos por la sola razón de hacerse respetar, cosa que hizo bajo el mando de Brown y también siendo capitán como en aquella noche del 25 de junio cuando estábamos a punto de partir con este mismo barco, discutió con su propio ejército por una sospecha de traición y todo terminó en una pelea que debió ser reprimida por la infantería de la marina con el saldo de dos muertos y cuatro heridos graves. Luego Echeverría destrabó el conflicto al darse a la luz que los asesinados y lastimados tenían verdaderas intenciones de quedarse con el motín. Por eso finalmente se aprobó la partida de La Argentina hacia el continente africano Pero Hipólito también encontró bastardos a bordo porque en otra noche, parecida a ésta, cuando íbamos rumbo a Madagascar por el océano pacifico, un sonido extraño de varias botellas de vidrio chocando de forma “intencional”–Como me lo contó el al día siguiente- se holló desde la bodega, lugar donde nadie debería estar a esas horas de la madrugada, y fue ahí donde descubrió una incendio que rodeaba a una gran cantidad de botellas de ron que hervían y estaban a punto de estallar en cualquier momento. Bouchard comenzó a los gritos y nosotros fuimos corriendo hacía el sitio para ayudarlo a apagar ese el fuego que podía tranquilamente provocar una catástrofe en el medio del mar. Por eso digo que, a pesar de su locura, gracias al General hemos sobrevivido a grandes peleas y triunfado en varias batallas que parecían imposibles de ganar ¡En fin! Creo que todos los marinos que estamos ahora mismo dentro de La Argentina volvemos a nuestras tierras como héroes por las agallas y la frialdad puesta en momentos duros aprendidas del capitán en estos años a bordo.

Las gotas de ron que caen del pico al sacudir mi segunda botella dada vuelta me avisan que ya es suficiente por hoy. Pero tal vez sea ésta mi última noche vistiendo este elegante uniforme azul reglamentario que Brown nos obligó a usar desde la última aventura marítima en pleno territorio guaraní, así que una botella más no creo que perjudique mi guardia. Así que arrojaré una vacía e iré a la bodega por una llena. No quiero que el capitán me descubra bebiendo a bordo y mucho menos cuando cubro mi puesto de trabajo. La última vez que vio a un marino bebiendo sin su autorización fue en la noche previa a la reunión con el rey Kamehameha en las islas de Hawai. Sergio Espora estaba cumpliendo mi roll actual hasta que tuvo la mala suerte de caer sobre una de las tantas botellas vacías que giraban al ritmo de las olas por el suelo de madera mojado por la leve llovizna y generó un alboroto que hizo que Bouchard saliera rápidamente de su habitación con espada en mano haciendo estallar fuertemente su puerta al cerrarla con bastante rabia acumulada. El capitán llegó a la popa, levantó a Sergio de un sacudón y empezaron a discutir un largo rato por debajo de mí, que permanecía concentrado haciendo guardia en el carajo: -Espora, ya le he dicho que la concentración es el mejor escudo ante los ataques enemigos, señor- Hipólito retrocede unos pasos dándole la espalda al ebrio, comienza a caminar ida y vuelta con pasos tranquilos y serenos mientras sostiene la empuñadura de la espada que permanece colgada en su cintura, dentro de la funda. Bouchard lo mira a los ojos y le dice –Usted se ha comprometido a través de su palabra a defender nuestra bandera que cuelga allí arriba- La señala con el dedo –Y sabe, además, que está totalmente prohibido beber cuando se está ocupando un rol tan importante como lo es la vigilancia en aguas ajenas. Creo que la experiencia que tuvimos con la sorpresiva aparición de los piratas malayos nos sirvió de lección para tener más vigilancia en nuestra nave- Sergio parece estar mareado y cansado de las órdenes del capitán. El ron en la sangre lo hace reaccionar sin pensar en sus consecuencias –Capitán, escúcheme lo que le voy a decir- se ríe –Los piratas nos sorprendieron porque usted, Hipólito, estaba distraído peleando con uno de los nuestros. Aparte usted sabe que lo único que sabe hacer bien en esta nave es asesinar marinos- Bouchard se le acerca y le grita enfurecido –
¡Espora, espero sus disculpas de inmediato para luego continuar con su labor, señor!- Sergio lo empuja, le pega una bofeteada en su cachete derecho y lo invita a un duelo –Sabe que tengo razón, Bouchard ¡Lo sabe!-.

Finalmente, nuestro compañero Espora tuvo el mismo fin que la botella que acabo de tirar hace un segundo. La única diferencia es que Sergio no sabía nadar y mucho menos con una puñalada en su hígado derecho. Ahora, su puesto está ocupado por mi compañero nocturno, Kekoa Makani. Un muchacho de piel oscura, pelo largo y con una inmensa barba que fue proveído, junto a noventa y nueve marinos hawaianos más, por el Napoleón de la Polinesia Kamehameha a Hipólito Bouchard durante un acuerdo.

Somos cuatro los que estamos vigilando el mar oscuro y tenebroso para muchos. Pero tranquilo y sereno para nosotros, los que ya hemos pasado cosas peores. Kekoa se encuentra en el carajo, Ditry está en la proa junto a Donatien y yo estoy supuestamente en la popa. Pero ahora camino lentamente por el interior de la nave en busca de más ron para brindar solo y sin vaso en este último viaje con destino asegurado. Los únicos movimientos en el interior de la nave son del os guardias y de algún otro marino con insomnios que de vez en cuando sale a tomar un poco de aire fresco mientras mira la luna. Estoy seguro de que todos tenemos la mente en la familia y en nuestra gente que nos espera con los brazos abiertos en tierra Argentina. Lo primero que haré al llegar a casa es alzar a Tomasito que posiblemente se quiera escapar porque ya debe caminar con cierta dificultad como un marino ebrio que intenta llegar a su habitación después de beber de más en un festejo pos batalla ganada.

Tengo el ron en mis manos y veo delante de mí un cielo diferente al que había visualizado antes de ingresar a la bodega y luego pasar por el baño para orinar. La botella la tengo colgando hacia el mar mientras estoy apoyado en la baranda de madera de la popa. Parece que en un par de horas el sol estará saliendo por el este y ahí estaremos ansiosos observando rastro de tierra. Arriba mío, a oscuras, flamea una bandera celeste y blanca que encariño a muchos en este largo extenso viaje. A pesar de las duras batallas, la bandera celeste y blanca jamás abandonó su lugar. Bouchard ordenó colocarla allí el día que La Argentina salió del puerto y jamás fue retirada ni siquiera dañada. Pensar que dimos la vuelta al mundo en medio de continuos trabajos y peligros; perdimos y ganamos marinos; sofocamos un incendio a bordo; impedimos el tráfico de esclavos en Madagascar; derrotamos piratas malayos en Macasar; hemos bloqueado a Filipinas; dominamos parte de Oceanía imponiendo la ley; rescatamos un buque de guerra de la Nación y hundimos más de veinticinco buques enemigos, siempre con nuestro símbolo bien alto en el mástil de esta popa que tengo al lado mío.

Escucho que unos pasos provenientes del interior de la nave se acercan lentamente por detrás. Pienso que que es uno de los vigilantes y escucho –
Marino Espora ¿Todo en orden?- Quedo por un momento petrificado al reconocer esa voz tan conocida que escuché durante mucho tiempo. Suelto la botella de ron aprovechando el golpe de una ola, me doy vuelta y respondo –Si, capitán. Todo en orden- Hipólito contesta –Correcto, Espora. Ha hecho un excelente trabajo. Usted es un buen hombre y merece ser recibido de la mejor manera. Creo yo que usted, Tomás Espora, es un ejemplo de valor, audacia y valentía. Fue un placer navegar con un señor con un gran coraje. Sépalo- Y el capitán se retira sin dejarme responder, ni dar las gracias.

El sol parece asomarse de a poco en el horizonte. Los marinos están de a poco levantándose de su última noche a bordo. Muchos de ellos ya miran hacia adelante en busca de tierra. Este es el momento en donde la ansiedad parece jugar en contra y hace más eterno este viaje eterno. Yo ya quiero ver a Isabel y a Tomasito Espora para abrazarlos. Luego, al pasar de los días, les comunicaré la mala noticia. Fue una lástima arrojar esa tercera botella al mar. Pensar que en dos años es la única vez que tiro un ron entero. Veo la botella flotar con el pico en dirección hacia arriba. Jamás imaginé que no se iba a hundir con el líquido adentro. La tengo frente a mis ojos y observo como una leve ola la golpea y la lleva lentamente hacia el fondo del mar ¡Salud, hermano!

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