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sábado, 28 de noviembre de 2015

Lluvia de noviembre (November Rain)




(En un boliche de Buenos Aires)

Ella aparece como en cámara lenta, entre humo blanco y luces coloridas que danzan diferente a como lo venían haciendo toda la noche. Parece que esta vez están coordinadas para iluminar a esa chica que viene caminando rectamente y convencida mientras esquiva a chicos que bailan un ridículo Reggaetón en ronda.

Mis pies intentan, ahora, moverse para estar dentro del contexto de la pista de baile. Pero están petrificados. Las rodillas me pesan demasiado. Tengo el vaso de plástico transparente con tres gotas de Freezé mezcladas con el agua de los hielos que se viene derritiendo. Chupo del sorbete  negro para juntar coraje y así poder, de una vez por todas, comerle la boca a la mujer más hermosa del universo que parece clavar su mirada en mí. Listo –pienso-. La saludo como ayer a la tarde y con la mirada le digo todo. Que las dos publicaciones de anoche en mi Facebook eran para ella y que ese osito misterioso que le dejé en la mochila del secundario en el día de su cumpleaños se lo puse yo y que la amo como nunca antes he amado a nadie ni a nada en este mundo. Seré sincero y le hablaré con el corazón. Con la verdad. Punto. -Se acerca- ¿Qué hago? ¿Bailo? –Me pregunto- No, mejor la miro y ya está.

Ella está en frente mío. Sus dos faroles celestes, ahora enfocados en mí, me iluminan opacando toda luz brillante y bolichera. Mi corazón late fuerte. Disimulo. La rubia pasa cerca y me esquiva dejando una estela de soledad angustiante que me anuda la garganta como aquel día que la vi con el idiota del Fitito blanco en el  banco de la plaza. Abandonó el lugar. Me deja solo en un boliche sin sentido y lleno de caras que no valen la pena. La palma de una mano me golpea la espalda. –Tranquilo boludo. No pasa nada. Dale que es tu cumpleaños, salame- me dice el Gringo, ese amigo de fierro que agarra con la otra mano ese  techo que puede caer y destruir toda ilusión presente. Los pibes aplauden como monos y se matan de risa de un gordo que baila deformemente con una señora colorada de cincuenta y pico de años. El Gringo me sirve champagne y yo respiro hondo. –Che, dale. El gordo este ¿Quién es? ¿El John Travolta argentino?– Les digo riéndome-. Responde el Gringo –Noo, este es Lechón Travolta-. Todos nos matamos de risa; la noche se remonta y la colorada sale corriendo dejando al gordo solo. Los chicos, ahora,  estallan. –Pobre John. Primero lo deja solo el amigo y ahora la señora- Dice Toto, el más grande del grupo. –Eso le pasa por ser amigo un boludo que anda en Fitito. Pensar que la vieja le dio alcohol a un conductor designado ¡Es un peligro ese muchacho en la calle! Pero ¡Bueh! El gordo le hace de airbag  - Remata el Gringo entre carcajadas mientras me dice que lo acompañe a la barra.


(En la casa del Gringo)

La resaca no sirve para olvidarme de ella. Sé que algo le pasó y que yo la puedo ayudar. El techo blanco con manchas negras de humedad de la casa del gringo me hacen recordar a las de mi habitación en esas noches de largas charlas telefónicas mientras la rubia lloraba desconsoladamente por culpa de ese idiota que le metió los cuernos con su mejor amiga. Yo sabía que el la engañaba, ya que el muy pelotudo siempre se sentaba con todas en el mismo banco de la plaza. El que está frente a la academia de música a la que yo voy a practicar guitarra –Vos valés mucho y sos una mina increíble. No podés dejar que cualquier idiota te trate como una más entre su montón. Secate esas lagrimitas y cambia esa cara. Pensá que es innecesario llorar por alguien así. Por un tipo que no vale ni dos pesos falsos– le decía para calmarla.

Siempre me he preguntado qué pensará ella de mí. Qué le pasará por la cabeza cuando le hablo y le digo todo el tiempo de forma indirecta que es el amor de mi vida ¿Será que no logra descifrar el mensaje? ¿Será que no siente nada por mí y no me quiere herir? ¿Seré yo el culpable de todo por no ser directo como lo hice hace un par de horas en el boliche? Quizás nunca se dé,  todo es realmente imposible y eso hace que siga en un estúpido sueño ilógico que se transforma en pesadilla cada vez que miro ese techo de mierda que me hace acordar a ella. El problema es que no solo son las manchas de humedad, sino que también el banco de la plaza, el olor a perfume dulce que a veces suelo oler en el subte, la tapa del DVD de Romeo y Julieta que tengo adentro del cajón de mi mesita de luz, November Rain de los Guns And Roses. Todo parece estar relacionado con ella ¡Todo! Cada silencio, cada detenimiento. Todos los días, todos el tiempo…

-Se ve que el champagne y Lechon Travolta no te dieron resultados ¿No?- Dijo la voz del Gringo en el medio de la oscuridad. – ¡Pará boludo! Yo no te estoy jodiendo- Respondí. –No ¡Ya sé! Pero me jode que estés mal. Además de la luz de mierda que tiene ese teléfono ¿Te vino con lámpara eso?- No, Gringo. No te podés imaginar como estoy. No aguanto más. Siento que en cualquier momento estallo. Por más maricón que suene te tengo que confesar… ¡Lloré por ella, amigo! ¡Lloré!- Le dije mientras veía expectante el muro de su Facebook esperando que publique algo sobre esta noche. –Pero eso es lo más normal del mundo. A mi me pasó varias veces. Son cosas de la vida. Porquerías que se te cruzan y después, al pasar del tiempo o de los años, desaparecen como la Colorada ante el gordo- La carcajada del gringo retumba en toda la habitación. –Pero Gringo, yo sé que vos la tenés clara y que la viviste. Pero esto es muy fuerte para mí, de verdad. Va más allá de todo. Es mi vida. El porqué de seguir respirando. Te lo digo con el corazón. Acaso ¿Vos te acordás cuando su abuela falleció y yo me quedé toda la noche con ella en el velorio sin importar que ese día era el cumple de quince de mi hermana que tanto quiero? ¿Vos  te acordás?- Se me humedecen los ojos y la voz me tiembla. El gringo parece entenderme. Yo sé que él me quiere ayudar. Pero acá nadie podrá saber lo que yo siento por dentro. –Hagamos una cosa- Me dice. –Mañana vamos a su casa y le vomitás todo lo que te está comiendo por dentro. Yo te voy a acompañar y te voy a ayudar. No podés seguir en este estado. Las noticias, amigo, son así: Buenas o malas. La duda es aquello que hace que el canillita no llegue a tu casa ¿Entendés? Durmamos que son las ocho de la mañana. Cuando te despertés desayunás algo, te clavas un Alical, te metes debajo de la ducha, te perfumás bien y encaramos a tu Julieta, Romeito-. Dejo el teléfono en la mesa de luz y le doy las gracias al Gringo. El nudo en mi garganta me hace difícil el hecho de dormir. La resaca parece, ahora, salvarme la noche. Mis ojos se cierran dejando atrás las malditas manchas de humedad.

La ducha helada del domingo caluroso de primavera me hace reflexionar frente a los azulejos blancos del baño del Gringo. Pienso que todo esto es mentira, que nada de esto es real. Siento que hoy  estaré frente a mi destino. Anoche un amigo me dijo que las noticias pueden ser malas como buenas y por eso pienso en que, seguramente, esta noche estaré llorando. Lo que no sé es que si de tristeza o de alegría. Ya nada importa, la decisión está tomada. Cierro la llave y salgo para secarme frente al espejo alto y un poco borros por el vapor que muestra a un hombre indecisamente seguro con ganas de recibir el diario de mañana a la mañana -¿Serán buenas noticas?-. Me termino de secar y salgo envuelto en toalla rumbo a la habitación. El ronquido del Gringo retumba por el pasillo. Se nota que el protagonista de esta historia soy simplemente yo. Él duerme tranquilo en su somier y sabe que al despertar me dará una mano para resolver mi locura; ellos, mis amigos de anoche están como el Gringo, desarmados en sus camas durmiendo como muerto; yo sigo con el nudo en la garganta sabiendo que se viene el penal más difícil que me animaré a patear ¿Y ella? ¿Qué estará haciendo en este momento? ¿Sospechará de lo que vendrá usando ese sexto sentido del presentimiento femenino? No lo sé…

El simple ruido de las dos vueltas de llave de la cerradura gastada de la casa de mi amigo me hacen agarrar escalofríos parecidos a los de anoche, cuando ella venía caminando como en cámara lenta. Estamos yendo hacia la verdad junto al Sancho Panza de esta historia de amor, el Gringo. Serán casi treinta cuadras a pie, ya que los colectivos no son de andar muy seguido los domingos. Yo tomo aire, inflando el pecho y exhalando fuerte por la nariz. La misma palmada de anoche vuelve a golpear en mi espalda. –Tranquilo, que es tuya,- Dice el amigo de Don Quijote. Avanzamos por la calle desolada, de tierra seca y polvillo molesto que vuela con el leve viento primaveral. El sol me pega muy fuerte en mis ojos, como las luces del boliche. Me siento raro.


(Rumbo a lo de Ella)

-Che. Pero ¿Vos jamás le dijiste nada?- Dice el Gringo. –Sí, boludo. Pero indirectamente. El problema es que esto es raro. Distinto- Respondo -¿Cómo raro y distinto? ¡No te entiendo!- Sancho Pansa sigue confundido. –A ver… El problema es que antes, cuando quería levantarme a una mina no tenía problemas. Lo hacía sin pensarlo dos veces. Siempre directo al grano. Como lo hice con Valeria y después con Tamara. Pero con ella no me sale. Mi corazón late más fuerte que mi voz y mis declaraciones, el sonido del bombeo es tan potente que me aturde y no me deja pensar. El miedo al rechazo absoluto también me juega en contra. Si le declaro mi amor y ella no quiere saber nada, soy capaz de…- Se produce un silencio.- ¿De?- Responde el Gringo. –De no vivir más. Te lo juro- Tartamudeo – ¡No digas boludeces, te lo pido por favor! ¡No es para tanto!- Dice el otro mientras patea una botella de agua mineral vacía hacia adelante como si fuera una pelota de fútbol. -La conozco desde que nació- Le respondo y sigo – ¡Es más, Gringuito! Recuerdo cuando jugábamos en el patio de casa con el osito de peluche, ese que me obsequió mi abuela (que en paz descanse). Ella, sus ojos celestes y su pelo trenzado estaban viéndome hacer jueguitos con el pobre oso. Yo pensaba que siendo un gran habilidoso como todo jugador de fútbol podría enamorar a la chica más hermosa del planeta tierra que me premiaba con aplausos y una encantadora sonrisa natural tan bella y relajante como esta brisa de viento que sopla de vez en cuando en mi cara-. El Gringo me mira y no responde nada. Creo que ahora me entiende. Quedan solo cinco cuadras para verla. Todo está calculado. Tengo que tocar el timbre y preguntar por ella. Su mamá, que me conoce desde que era un bebé, me dirá que su saldrá enseguida. Ahí es donde el mi amigo deja la escena y yo la invito a dar una vuelta con la excusa de decirle esta verdad que oculto hace diecinueve años dentro de una caja imaginaria cubierta de polvo que se abrirá en menos de tres cuadras.

Todavía hay toneladas de vasos de plásticos tirados en toda la vereda del boliche que danzan con el fuerte viento que empieza a soplar fuertemente. Cruzo la calle dejando al Gringo continuar con su recorrido hacia lo de Toto. El “Tercero A” del timbre parece resaltar como nunca antes entre todos los botones de la entrada del departamento. Me acerco, pienso dos segundos, tomo aire y presiono esperando que su mamá atienda. Nadie responde. Todo parece extraño. La señora nunca abandona su casa, mucho menos un domingo a las cinco de la tarde, el único momento de la semana que puede compartir unos mates con su hija  que estudia y trabaja de lunes a sábados todo el santo día. ¿Dónde está? ¿Dónde están? ¿Por qué hoy no responde? ¿Será el destino? ¿Será que hoy no es un buen día de confesiones?
-Sabía que ibas a venir- Me dice una voz femenina a mis espaldas. Es su tía que abre el portón pidiéndome que la acompañe. No entiendo absolutamente nada pero la sigo hasta el ascensor. La señora no me habla y está todo el tiempo mirando su teléfono celular. El “3A” color rojo nos dice que llegamos. Se abren las puertas plateadas y entramos a la casa, la de ella. La del amor de mi vida, la protagonista del día y el rumbo de mi vida. Se escucha que llueve fuertemente. Menos mal que pudimos entrar. Zafamos de la tormenta.


(En la casa de Ella)

No entiendo porque el sonido de una cerradura otra vez me genera escalofríos. La tía se sienta y por fin habla –Ella sabía que vos ibas a venir hoy. Ayer a la tarde mientras le daba una mano con el maquillaje frente al espejo me comentó que se iba al cumpleaños más importante de su vida. Sus ojos brillaban como nunca. Lo tenía todo planeado mi angelito-. Mi corazón late distinto. Esta vez me aturde. –Qué pasó- le pregunto con miedo. No logro entender nada. Pienso que se mudará a Estados Unidos por su beca y que ella ahora está con su mamá celebrando la noticia con una salida por el shopping. La tía responde –Ella iba a salir del boliche a las dos de la madrugada, cuando su mamá dormía, para buscar un sobre blanco y un peluche perfumado que dejó sobre su cama. Pensaba volver para regalárselo al amor de su vida. Anoche, mientras se pasaba delineador negro y nos preparábamos para salir me hablaba de un beso con ese oso en una de sus manos. Estaba contenta ¡Entusiasmada! Jamás supe que eras vos ¡Nunca me imaginé que el timbre lo ibas a tocar vos!-. Se larga a llorar de desconsoladamente. Miro hacia todos lados en busca de respuestas y no la encuentro. Mi garganta está ahorcando por dentro. La saliva, que trago cada dos segundos, es como un alambre de púas. Corro hacia su habitación y apoyo con mucho temor mi mano sobre el picaporte de la puerta de madera oscura. Esa misma que suelo abrir cuando vengo a visitarla de sorpresa para cantar a dúo las canciones de Guns And Roses.

Son cinco personas, entre ellas su mamá, que lloran muy fuerte. La señora me abraza mientras sus lágrimas caen como lluvia sobre sus mejillas. Ella agarra las mías con las palmas de sus manos y me habla –No podés imaginar cómo estoy. Se me parte el corazón en dos. No puedo entender porque me pasó a mi ¡Porqué, dios! ¡Porqué! ¡Maldito sea ese hijo de puta que se la llevó puesta!- Se tambalea y cae sobre los brazos de su hermano. El techo se acaba de desplomar sobre mí. Lloro y lloro con lágrimas pesadas y saladas. Abro la puerta de la pieza, me quiero ir pero no sé a dónde. Camino por el pasillo rumbo al living en donde está la tía. Miro hacia atrás y veo el oso de peluche solitario junto a una carta al lado, sobre la cama cubierta por el acolchado rosado. Frente a mi hay una tele encendida con el noticiero. Conozco ese lugar, conozco esa casa. Conozco ese auto. El  Fitito blanco quedó hecho pelota.


 El balcón de mi Julieta se está acercando. Me quema la garganta como si estuviese tragando un carbón al rojo vivo. Veo el barrio y mi historia desde acá arriba. Puedo diferenciar esa plaza y hasta logro ver ese banquito. Llueve demasiado. Me siento sobre la baranda de madera totalmente empapada. Me balanceo de a poco mientras veo como los autos pasan por la avenida. Portate bien Gringuito, te voy a extrañar. Ella me espera.